Estimado lector, me temo – en realidad debes ser tú quién lo tema – que en esta entrada voy a torturarte un poco, porque voy a hablar principalmente de mí.
A veces me pregunto si esta pasión mía por la escritura no tendrá un componente egocéntrico y simplemente sea una excusa para desnudar mis miedos, mis paranoias, mis anhelos, revistiendo el indecoroso hecho, de tintes intelectualoides más o menos cultos.
Da igual.
La cuestión es que llevo un año acudiendo de manera totalmente desordenada e impuntual ante la pantalla en blanco y me siento un rato, me rasco un poco en la sesera y engarzo palabras que con mayor o menor fortuna construyen frases con las que pretendo entretener, fundamentalmente a mi mismo.
La idea del blog siempre estuvo asociada a la de mi primera novela – que no es Crónicas de Alburia, una selección de siete relatos cortos, publicada en Literanda -, como una forma de darme a conocer, de establecer una primera toma de contacto con futuros posibles lectores. Teniendo en cuenta que la novela es de ciencia ficción, lo lógico habría sido abordar el blog desde esa perspectiva. Pero al final, tal vez empujado por mis recién cumplidos cuarenta, o por una suerte de incontinencia vital, el blog consistió en pinceladas sobre la actualidad, mis estados de ánimo, mis relatos o cualquier cosa que se me pasara por la cabeza.
Este rincón cobró vida propia y se convirtió en un compromiso casi diario al principio, y ahora escasamente semanal – soy de los que piensan que si se habla o se escribe demasiado se corre el riesgo de decir idioteces, en mi caso además, ese riesgo es inherente a mi forma de ser, con lo cual, trato de minimizarlo –, totalmente independiente de mi novela – la cual sigue paseando por las editoriales sin mejor suerte -.
Ahora, un año después, reflexiono no ya en lo que ha significado este rincón egocéntrico en mi vida, sino en lo que ha sucedido en estos trescientos sesenta y tantos días. Parece que haya pasado un siglo.
En este siglo he visto muchas cosas.
He mirado a los ojos a monos locos con pistolas que dirigían países y a los que seguíamos para lanzarnos por el abismo.
He asistido a revoluciones fallidas que iban a cambiar el mundo – y el mundo sigue intacto, oscuro, feo y lleno de sinvergüenzas – .
He visto – sin pestañear – como acribillaban a Gadaffi – el de la foto con Obama – o como inhabilitaban a Garzón – el que trató de juzgar al de la foto con el papa.
He gritado los goles de un nuevo triunfo en la Eurocopa y he asistido mudo de admiración al gesto de un dios negro que pulverizaba los registros de velocidad de los simples humanos.
Este año también me ha traído la mirada maravillosa de mi futura hija, desvelada en una ecografía, y la sacudida vital es tan grande que aturde, y se entienden muchas cosas al sentir las lágrimas saladas de la felicidad, escapando furtivas rostro abajo. Entiendes que lo más grande de la vida aún está por llegar, que el abrazo más cálido que has de recibir y la sonrisa más hermosa, aquella por la que darás tu propia vida, aún está por nacer. Y te abandonas, y comprendes que tu vida es lo de menos, y que el único afán es hacer feliz a la nueva personita que ya es el centro de tu Universo.
Y esa comprensión, esa visión en perspectiva del futuro, te enseña a relativizar de una forma tan intensa y tan preclara que todo lo demás da igual.
También he comprendido, y eso no lo he leído en prensa ni lo he visto en televisión, que al final, cuando me siente en mi montículo construido con las arenas del tiempo, mis ojos velados por la añoranza se vuelvan hacia el pasado, y mis canas caigan sobre mi piel arrugada, incapaz de conformar una sonrisa desdentada, solamente me haré una pregunta.
La pregunta vital y única.
La que encierra el secreto de la felicidad existencial.
“¿He sido capaz de AMAR?”
Y afortunadamente, lograré sonreír, pensaré en Ella, en la dueña de mi alma, y asentiré susurrando un “Sí” rotundo y perfecto.
Gracias por leerme.