Archivos para agosto, 2011

Leyendo el estremecedor reportaje de Jon Sistiaga sobre las barbaridades que les hacen a los albinos en algunos lugares de Africa no he podido evitar acordarme de mi entrada «Azar» y en lo injusta que es la lotería de la vida.

Observo crecer a mis sobrinos, rodeados de cariño, de atenciones y de oportunidades y me juro a mí mismo que trataré de conseguir que esos niños sean conscientes de que lo que tienen no lo tienen por derecho, si no por puro azar, intentaré explicarles que han de hacerse dignos de las venturas que la Vida ha tenido a bien ofrecerles y que deben valorarlas y apreciarlas.

Si todos -los que tenemos la obligación de serlo- fuésemos conscientes del privilegio del que disfrutamos en determinados momentos, tal vez desarrollaríamos la capacidad de  ponernos en la piel del otro y mirar con ojo ajeno el mundo que nos rodea.

Si desmenuzamos los detalles alrededor de una persona que vive en la calle, por ejemplo, nos sorprenderemos de la cantidad de cosas en común que tenemos con ella. Alguna vez hubo una esposa y unos hijos, un trabajo, un préstamo o una hipoteca, un deseo de prosperar… Y por alguna extraña razón, azarosa en muchos casos, todo el techado se viene abajo sepultándonos, hundiéndonos en la indiferencia de los transeúntes que vuelven la mirada y arrugan la nariz ante el olor.

Creo que me repito cuando digo que la vida es muchísimo más sencilla de lo que nos empeñamos con verdadero ahínco en complicar.

Todo se reduce a compartir sentimientos, afectos, experiencias y a crecer como personas a lo largo de los años.

Pero estas palabras son absurdas si nos asomamos al abismo existencial al que se enfrentan los perdedores de la Lotería del Azar.

¿Es imaginable el inmenso dolor de una madre que ve morir a su hijo de hambre? ¿O la desesperación de un ciudadano de Kabul? ¿O la esperanza que puede tener en el futuro un niño sahariano de doce años que vuelve al campo de refugiados en el desierto tras sus últimas -para siempre- vacaciones en España con una familia de acogida?

¿Es éticamente exigible algún tipo de compromiso a estas personas que se limitan a luchar a diario para seguir viviendo? La exigencia debe hacerse a cada uno de nosotros, a nuestro inmovilismo mental… no nos comportemos como enanas marrones, sacudamos un poco – no pidamos milagros – nuestras conciencias y hagamos algo, por pequeño e insignificante que nos pueda parecer.

El qué y el cómo ayudemos a luchar contra el Azar está en cada uno de nosotros.

Referencia : Blancos de la magia negra – Jon Sistiaga

El caminante

Publicado: 30 agosto, 2011 en Literatura, Personal
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El caminante se detiene indeciso, ante él ha aparecido una senda que atraviesa una arboleda, al fin, al cabo de un rato, decide reanudar su marcha. Los árboles acompañan el sendero como majestuosos guerreros silenciosos inclinándose por el peso de las ramas a lo largo del camino.

El aire es limpio y puro y cada bocanada es evocadora, de otro tiempo que el caminante había creído perdido para siempre. Su sonrisa es ancha y los únicos sonidos que le acompañan son el crujir de las hojas secas a su paso y su propia respiración. A pesar de que la mañana es fresca, el sudor comienza a empapar la espalda del caminante y la ropa se le pega a la piel. Su mirada resbala en las piedras del camino, en el manto de hojas amarillentas que holla con sus sus botas, en las cortezas grises de los troncos que se desprenden perezosas cuando sus dedos las acarician.

Al enfilar el último repecho y doblar el recodo, el caminante se encuentra de bruces con la ciudad que se extiende a las faldas de la colina, en cuya cima se encuentra, por la que desciende serpenteando el camino.

Los penachos de humo de las fábricas ascienden hacia el cielo, juguetones, entrelazándose entre sí como amantes ansiosos y se funden con las nubes sucias que avanzan empujadas por el viento. Los altos rascacielos desafían a los dioses y alzan sus brazos de cristal y acero hacia lo alto en una plegaria ruidosa y multitudinaria. Los coches de juguete sortean los obstáculos y confluyen en algarabías lejanas que llegan hasta él arrastradas por la brisa.

El caminante suspira con tristeza.

El hechizo se ha roto.

Se ha topado con la realidad de asfalto en la que vive.

A pesar de todo sonríe, porque por unas horas ha escapado y ha sido sólo eso, un caminante recorriendo un sendero cobijado por una arboleda.

El título obedece a una frase muy utilizada en mi familia para hacer notar el riesgo que suponen determinados individuos debido a sus alocadas acciones y/o decisiones. No conviene acercarse a un mono con dos pistolas  porque probablemente te pegará un tiro, no obstante, si el mono tuviera el arma descargada no habría peligro y su inconsciencia – condición natural inherente a su condición de mono – no dejaría heridos o muertos, si no que provocaría sonrisas o burlas ante los “click” “click” fallidos de su gatillo. Lo jodido es cuando el mono tiene pistolas con balas infinitas.

El gobierno ha llegado a un acuerdo con la oposición – quizá hablar con propiedad sería decir “Zapatero ha llegado a un acuerdo con Rajoy” – para acotar el techo de déficit público mediante la reforma de la Constitución. Me confieso verdadero ignorante del Constitucionalismo pero a mi modesto entender – obviamente equivocado – reformar la Carta Magna es un proceso complicado, laborioso y requiere cierto tiempo de consulta o reflexión.

La reforma se ha hecho en tres días.

Esto demuestra dos cosas: la primera que si hay voluntad la Constitución se puede reformar cuando nos dé la gana y la segunda que había cierta urgencia por hacerlo – urgencia generada por intereses o deseos que desconozco – .

Hay defensores y detractores de la medida. Por un lado están los neoliberales extremos – los mismos, no lo olvidemos, que siguen defendiendo ante la locura de la crisis que “los mercados se autorregulan solos” – la defienden y le dan la bienvenida aduciendo que esto facilitará la salida de la crisis, generará confianza en los mercados – los que se comportan como maníaco depresivos sin control -. Por otro, los menos liberales la critican y argumentan que ya en 1936 Keynes se cargó el paradigma del déficit cero, una vez hubo estudiado la Gran Depresión Estadounidense, manifestando que en ciertas situaciones, en vez de ahorrar, el Estado debe incrementar los gastos para impulsar el empleo y los ingresos de las administraciones. Se trataría de políticas expansivas, gastar para crecer en tiempos de crisis, que deberían ir acompañadas de políticas restrictivas en tiempos de bonanza, ahorrar para cuando venga la crisis.

Personalmente me inclino por los segundos.

Endeudarse en extremo nunca es bueno pero en ocasiones, necesitamos un efecto dinamizador, un impulso del consumo y el ejemplo del gasto de la administración será seguido por todos – empresas y familias incluidas – para reactivar la economía.

Lo que necesitamos son estrategas a largo plazo que consoliden la reactivación del consumo, en definitiva de la economía, no monos con dos pistolas que, para más inri, después de acabar con todos nosotros, se dispararán en el pie.

NOTA:
Querido lector
he cambiado la ubicación del Blog, por favor, accede directamente a

www.acortescaballero.com.

Gracias y disculpa las molestias.

Un saludo,

Andrés Cortés

Las enanas marrones son estrellas fallidas, cuerpos que no han juntado suficiente masa como para encender en su interior las reacciones nucleares que hacen brillar a las estrellas normales.

Un observador pesimista podría decir que, según esta definición, el mundo está lleno de seres humanos que se comportan como enanas marrones, es decir, como seres incapaces de encender en su interior chispa motora alguna. Estos seres, que se mueven por impulsos instintivos más que racionales, se dejan llevar por el curso azaroso en el que las circunstancias – siempre ajenas a ellos – les han colocado. Asisten como cuerpos fríos suspendidos en el vacío estelar, como espectadores sin vida propia, al transcurso de su devenir vital.

Las enanas marrones son inmunes a lo que sucede a su alrededor, a través de su mirada gris el mundo es un lugar desprovisto de color, aunque hubo un tiempo en sus vidas en el que se creyeron felices siguiendo el camino marcado por convencionalismos o leyes dictadas por otros, pero un día despertarán – tal vez cuando un meteorito les sacuda y les haga abrir los ojos de par en par – y observarán que han creado a su alrededor la nada más absoluta.

Los creadores de la nada no piensan ni en su futuro ni en el de los demás, viven el aquí y el ahora de la forma más trivial posible, sin complicaciones, esperando a que pase la vida por encima de ellos, porque son incapaces siquiera de empatizar con el resto de seres humanos.

Piensan que la esperanza es un invento sectario, que un grano de arena jamás hará montaña, sus frases más manidas son  “¿Qué más da lo que yo haga?” o “Todo el mundo hace igual”. Se siente arropados por la estela de otras enanas marrones que como ellos cargan con un alma helada y sin chispa.

No votan, no piensan, no participan, no crean, no comprenden, no actúan…

Lo más angustioso no es la mera existencia de enanas marrones – la naturaleza está llena de ellas – si no la resignación, la falta de iniciativa para tratar de romper la maldición de la mediocridad.

Porque no todos tenemos la fortuna de recibir el impacto del meteorito que despierte nuestra alma antes de que sea demasiado tarde.

La foto

Publicado: 25 agosto, 2011 en actualidad, opinión
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Los dos hombres se estrechan la mano y se miran con aparente cordialidad, sin miradas esquivas, uno es más alto que el otro, pero no demasiado. El del pelo corto tiene la piel oscura y viste un elegante traje de corte occidental en cuya solapa luce un pin, probablemente las barras y estrellas que adornan la bandera de su país. El otro tiene la piel más clara, el pelo negro ensortijado y cubre su cabeza con un sombrero de colores rojos y dorados que hacen juego con sus ropajes coloridos que permiten suponerle un origen africano. En su mano adivinamos un anillo que se oculta parcialmente bajo la mano del occidental, mano que no está entregada totalmente, como si el hombre que la ofrece fuera reticente a estrechar por completo los lazos que le unen al otro.

El africano es un dictador que lleva más de cuarenta años enriqueciéndose a costa del petróleo que la muerte azarosa de dinosaurios en un desierto ha hecho brotar. El mismo oro negro que le ha permitido someter impunemente a su población sin que a nadie le importe – siempre que el suministro a nuestros países esté garantizado – .

Mirando la foto en la que dos mandatarios se estrechan la mano con afabilidad nadie sospecharía dobleces o intenciones ocultas tras las sonrisas cordiales.

Sin embargo el del sombrero está dispuesto a masacrar a su pueblo si su estatus quo peligrara y el americano tiene preparado un discurso para congratularse por de la caída del otro a manos de unos rebeldes sustentados por sus millones, sus armas y sus estrategas militares.

Y los demás nos tragamos el discurso y le apoyamos con nuestras bases y nuestro ejército y le llamamos «misión humanitaria» y lamentamos los daños colaterales cuando una bomba perdida mata a familias de civiles inocentes.

Me repugna Gadaffi.

Siempre me repugnó el babeo de nuestros políticos en las visitas estrafalarias que – por favor no lo olvidemos – ha realizado a España, con su cohorte de vírgenes y sirvientes, con sus caballos, con sus jaimas… Los alcaldes de nuestras ciudades le han recibido con inclinaciones de cabeza tan pronunciadas que rozaban la mugre del suelo con sus calvas limpias como nuestros bolsillos.

Pero más me repugna la hipocresía y el pretender tomarnos por idiotas sin memoria a medio plazo.

Señores que sí, que es un dictador y un asesino pero ¿no lo sabían ustedes cuando se hicieron la foto con él?

Por favor, hagan lo que tengan que hacer, pero no nos vendan la moto.

El dato: Libia produce el 12% del petróleo extraído en África y es el país número 14 del mundo en exportaciones de barriles. Estados Unidos es el principal consumidor de petróleo del mundo.

 

Dicotomía

Publicado: 24 agosto, 2011 en opinión
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Una noticia reclama mi atención en la portada de un periódico «La ausencia de atentados dispara el turismo en Euskadi» y al margen del inevitable verbo – dispara – con ciertos tintes macabros, se merece un comentario.

Mi historia personal, aunque soy andaluz, está ligada al País Vasco pues mi padre – maestro de profesión – fue destinado allí todo un año. Los recuerdos de aquel tiempo, a pesar de mi corta edad, no son demasiado agradables. Hablamos de 1.977, cuando aún no estaba en vigor la Constitución y en Madrid se debatía el futuro de este país recién liberado – en ese momento de manera difusa – de las garras de la dictadura. Mis recuerdos van desde mi colegio en Ermua, frío y desprovisto de alma, a la primera vez que vi nevar o a la metralleta de un guardia civil apuntando a mi padre a través de la ventanilla del coche. Recuerdo la casa con suelo de madera, la estufa, la tele en blanco y negro y algunos amigos, recuerdo las clases de párvulos donde nos enseñaban algunas palabras en vasco – luego supe que mi profesora era la pareja de un etarra – … Finalmente nos trasladamos de vuelta a Andalucía y la experiencia vasca quedó en un diluido recuerdo infantil.

Volví hace unos años con mi mujer y, lo confieso, con cierto miedo a destapar mis recuerdos.

Fue un viaje maravilloso, los paisajes, los pueblos, las playas, la gente, la comida… todo perfecto, extraordinario. No obstante, guardo algunas anécdotas que, ni siquiera hoy día, alcanzo a entender del todo. Recuerdo que una vez en un típico bar de pueblo entramos y la camarera, diligente y amabilísima, al oír nuestro acento nos preparó tostadas al estilo andaluz, que habitualmente no se sirven en el norte. Nos sacó pan de verdad, tomate, aceite y se deshizo en atenciones. Mi sorpresa fue mayúscula cuando al sentarme en la mesa vi un gigantesco cuadro que representaba el árbol de Guernica de cuyas ramas colgaban fotos de etarras.

Aún hoy me pregunto cómo es posible convivir con esa dicotomía vital, aparentemente ser una persona normal y amable y simultáneamente apoyar la violencia etarra, es algo que no entra en mi cabeza.

También comprobé que en algunas calles de algunos pueblos se respiraba cierta atmósfera enrarecida, los balcones aparecían plagados de banderas con el mapa de la región y la leyenda » El preso vasco al pueblo vasco» y el turista, sorprendido, fotografiaba la estampa como si se tratase de una curiosidad más, de algo inherente a aquella tierra y aquella gente.

Es digna de admirar la capacidad de separar en compartimentos estancos, imposibles de mezclar, dos sentimientos, en mi opinión, divergentes. Puedo imaginar la agradable sonrisa que acompaña a un “buenos días” regalado a un vecino al que horas más tarde se increpa en una manifestación, defendiendo a los asesinos de su marido, su padre o su hermano.

Lo que ya no alcanzo a imaginar siquiera es el dolor producido por aquellas miradas amables envueltas en unos ojos que se tornan fríos como el hielo al defender sus ideas intransigentes.

Los poseedores de esas miradas tal vez debieran ser exorcizados.

Referencia : La ausencia de atentados dispara el turismo en Euskadi

Reinventarse

Publicado: 23 agosto, 2011 en Blog, Personal
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Ya he comentado en alguna ocasión lo efímera que es la mente humana, lo fácil que se disipan los recuerdos entre las brumas del tiempo y lo tercos que somos a la hora de reutilizar esa sabiduría en nuestra futura manera de actuar.

Las excepciones son las experiencias vitales límite: sobrevivir a un accidente casi mortal o superar una dura enfermedad que nos mantuvo a las puertas de la muerte. Cuando nos suceden estas experiencias y vivimos para contarlo, nuestra memoria las graba a fuego en nuestra alma que queda marcada por la difícil prueba. En el tiempo cercano a ellas somos capaces de dar a cada cosa su valor, somos jueces justos de la realidad y calibramos de manera precisa el sinsentido de la banalidad. Valoramos los momentos importantes, miramos a nuestros seres queridos dichosos de poder abrazarlos de nuevo, porque tuvimos momentos en los que no los creímos posible.

En el tiempo que dura esa lucidez llega el momento de reinventarse, de analizar con ojo crítico nuestra vida anterior – que ya no cuenta para nada – y lijar las imperfecciones para encarar al futuro con una sonrisa nueva en el rostro.

A pesar de todo, nunca es fácil de conseguir, en una vida dirigida hacia un propósito – en su mayor parte desconocido – el golpe de timón suele ser extraordinariamente difícil y requiere de una fuerza titánica para ser ejecutado.

Obviamente no todas las vidas son iguales, ni todas las experiencias conducen a la reinvención, ni todos los pasados necesitan un viraje. Sólo pretendo poner de manifiesto que, incluso en los casos en los que nosotros mismos hace mucho tiempo que somos conscientes de que caemos abocados para estamparnos contra un destino que no deseamos, el cambio, la reinvención, es extremadamente difícil de conseguir.

A veces, sólo a veces, enfrentarse a la mirada vacía de la Muerte y seguir viviendo, es suficiente para que nos aferremos con firmeza al dichoso timón y tratemos de redirigirlo.

Los afortunados que lo consigan serán entonces los dueños de su propia vida.

A diario asistimos al bochornoso espectáculo de personas que muestran sus miserias en programas que fomentan el destape crudo de almas sin pudor. Amantes despechados repiten sin cesar el nombre de sus exparejas, fantoches de tres al cuarto alardean zafiamente de sus conquistas de alcoba… La cuestión es salir en televisión, que tu imagen aparezca aunque sea un minuto y capte la atención de millones de espectadores para promocionar dudosas carreras artísticas o con cualquier otra intención publicitaria.

Sin embargo a veces, de manera casual, se cuelan entre los pliegues de la suciedad que reparten a diestro y siniestro las cadenas de televisión, personas anónimas, de las que nos cruzamos en el descansillo de la escalera y nos saludan con una tímida sonrisa. Y son estos rostros cotidianos y cercanos los que, por un corto intervalo de tiempo, interrumpen la sucesión de basura para oxigenar algo nuestras neuronas saturadas de porquería.

Es el caso del señor del bigote.

El señor de bigote tiene un trabajo normal – lleva desempeñando de manera discreta y anónima su labor desde hace treinta años – encargándose del túnel del vestuario de un estadio de fútbol – y debe asistir con gesto serio, profesional, a lo que sucede frente a sus narices – nunca mejor dicho – .

Hace unos días, a un metro de él, un entrenador reputado y de contrato multimillonario metió el dedo en el ojo a un técnico del equipo rival. Pero el señor del bigote no se alteró, no pestañeó, observó hierático – con solemnidad extrema – como se desarrollaba la bochornosa escaramuza. Era como si la pelea no fuera con él, como si nada alterara su pose digna y seria con la que seguía desempeñando su cometido.

Le imagino por la mañana, al día siguiente, desayunando una tostada en la cocina de su casa, recién duchado, preparado para volver a su trabajo discreto, viendo su foto en la portada de los periódicos, detrás de la bronca.

Su mujer le pregunta qué tal le fue la noche anterior y él se permite el lujo de regalarle una sonrisa tierna y le contesta: “- Nada especial, lo de siempre”.

Le imagino hablando como si no hubiera paralizado la espiral de ponzoña que destilan nuestras pantallas, como si no hubiera conseguido elevar a la categoría de lo sublime un gesto serio en el desempeño de un trabajo anónimo. Necesito creer que el señor del bigote acompaña su gesto con una actitud humilde que lo hace aun más mágico.

Y a veces, la magia de lo cotidiano es lo único que nos queda.

Hace unas semanas se produjo en un pueblo de Ávila un enfrentamiento entre vecinos, los que defendían recuperar los restos de fusilados republicanos de una tumba para trasladarlos a una fosa común y los que no. Confieso que me cuesta trabajo entender los argumentos de los primeros y trato de hacer el ejercicio de imaginar qué sentiría yo si mi abuelo estuviera enterrado en una cuneta junto a otras decenas de miles. No me considero una persona religiosa, pero reconozco que cuando mi abuelo murió – me encontraba fuera y no pude acudir a su entierro-, no fue hasta que no me presenté en el cementerio para decirle adiós cuando logré serenarme conmigo mismo.

Mi abuelo tuvo la suerte de luchar en el bando vencedor y en mi infancia la guerra (por supuesto la palabra «Civil» la añadí mucho más tarde) era una cosa abstracta en la que él no había pegado un sólo tiro (se encargaba de cablear las comunicaciones) y se le cayó una casa encima durante un bombardeo. Una abstracción histórica en la que los italianos cayeron como moscas en la vanguardia de cierta batalla que luego averigüé fue la de Guadalajara, recuerdo bien su cara de espanto al contar cómo los vio caer de cien en cien arrasados por las ráfagas de ametralladora.

De niño nunca llegué a plantearme quién era el bueno o el malo, tampoco me lo inculcaron, y con el tiempo formé mi propia opinión, supe del golpe de estado, de la dictadura de Franco… (un señor calvo y con bigote que murió cuando yo era un crío y que estaba en una urna de cristal). Ahora sé que fue un dictador frío y despiadado aliado con la Iglesia (la misma que ayer, en Madrid, recibió entre alabanzas a su líder con el dinero de todos) que aplastó a los vencidos durante cuarenta largos años.

Creo que lo mínimo que merecen las familias de los represaliados es dar una sepultura decente a sus muertos.

Un tío abuelo de mi mujer no tiene la suerte de poder ser enterrado, sus asesinos se encargaron de incinerarlo vivo en la plaza de toros de Badajoz, tenía dieciocho años y era agricultor.

El ayuntamiento de ese pueblo de Ávila quiere cometer la salvajada de recordar a sus fusilados repitiendo el acto ignominioso de lanzarlos a un hoyo anónimo, para que los huesos y cenizas de unos y otros se amontonen como basura que hay que enterrar para que no huela.

No puedo entenderlo.

No podremos hablar de cerrar capítulo, pasar página, mirar al futuro y demás convencionalismos, hasta que no apacigüemos el dolor – nunca remitirá del todo -, recordando, homenajeando o cincelando en una lápida el nombre de nuestro abuelo, de nuestro padre, de nuestro hermano… Entonces miraremos las letras rectas que conforman el único recuerdo de una vida arrancada por una guerra sangrienta y murmuraremos una plegaria, una poesía o un simple adiós.

Y los muertos, pero sobre todo los vivos, al fin, descansarán en paz.

 Referencias:

La masacre de Badajoz:  http://es.wikipedia.org/wiki/Masacre_de_Badajoz

El alcalde de Poyales aviva el enfrentamiento: http://www.publico.es/especiales/memoriapublica/391149/el-alcalde-de-poyales-aviva-el-enfrentamiento

La batalla de Guadalajara: http://es.wikipedia.org/wiki/Batalla_de_Guadalajara_(1937)

La estatua

Publicado: 18 agosto, 2011 en opinión, Personal
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Decía Miguel Ángel ante la admiración que despertaban sus estatuas, que él simplemente se limitaba a desbastar a golpe de cincel la piedra hasta liberar la imagen que llevaba en sus entrañas .

A veces me pregunto si los seres humanos somos piedras que se van moldeando y desbastando a lo largo de la vida… a veces pienso justo lo contrario, que la vida va añadiendo impurezas a la estatua noble y pura que somos al nacer.

Como siempre, la respuesta no es un sí o un no.

El desbaste que nos convierte con el tiempo en mejores personas – al menos aspiro a creer que a la gran mayoría nos sucede – se ve compensado, o mejor dicho, contrarrestado, por las virutas de porquería que se van adhiriendo como lapas.

Las experiencias cotidianas, desde las más sencillas a los grandes dramas vitales, añaden o restan forma a la bella estatua, tornean sus manos perfectas o desfiguran su perfil, agujerean la piedra haciendo saltar pequeñas lascas irrecuperables o lijan las aristas convirtiéndolas en amables contornos.

La estatua se perfila imponente, sabia y perfecta, o retorcida y horrenda, con los años.

Si nos miramos en el espejo de la vida nuestra alma cincelada por el artista inexorable del tiempo aparecerá en el fondo de nuestros ojos y nuestra máxima aspiración será que la obra en su conjunto sea como mínimo soportable a nuestro propio examen crítico.

La memoria es tan efímera que pocas veces recurrimos a pasar nuestros dedos por la superficie rugosa y caliente de la piedra para actuar con la perspectiva de la experiencia, si pudiésemos recordar el dolor que provocamos con aquel golpe de cincel que nos arrancó un trozo de alma, seríamos más sabios, más tolerantes, más humanos.

Deberíamos dejarnos guiar por la forma que grita prisionera bajo la roca, pugnando por surgir libre, pero somos cobardes y no nos atrevemos a dejarla asomar.

Nos seguimos escondiendo bajo la roca, informe, fea y mal tallada, viviendo una vida que aliena nuestra verdadera naturaleza. Es muy difícil liberarla del todo y nos educan desde que nacemos para que templemos el cincelado y la dejemos casi sin forma, gris, anodina, prácticamente muerta.

Ojalá fuéramos capaces de tallar con brío y con el último y definitivo golpe crear algo hermoso.