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El anciano

Publicado: 15 febrero, 2013 en historias, Personal
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Observo al anciano beber su jarra de cerveza con la mirada acuosa perdida en la bruma del tiempo. En sus ojos cargados  de vivencias veo reflejados los míos. Sus manos arrugadas y retorcidas como sarmientos secos parecen añorar las caricias de su amada y juguetean con la servilleta de papel. Entre trago y trago, que saborea con los ojos cerrados, su actitud es resignada y digna. Viste un traje marrón claro y bajo la americana abierta, asoma un grueso jersey gris con cremallera hasta el cuello. El pelo blanco amarillea y escasea, coronando un rostro enjuto y serio de ojos grises. Ansío conocer su historia

¿Cuál es el nombre de la amada perdida?

¿Rompió tal vez el anciano su vida por amor y arrojó los pedazos al aire para que los barriera el viento?

¿Saltó al vacío sin red confiando en una mirada brillante y apasionada?

Un nudo atenaza mi garganta mientras imagino aterrado que acabaré mis días sentado, solo, en una cervecería  de una ciudad inmensa, añorando los besos que me arropaban en las frías noches de invierno.

Estoy a punto de acercarme al anciano para saciar mi impertinente  curiosidad cuando entra una señora muy mayor, con el pelo níveo recogido en una cola, y se sienta frente a él sonriendo.

Entonces, al observar como se ilumina el rostro del anciano, como si estuviera contemplando a la mismísima diosa Afrodita hecha mujer, siento que un río de lágrimas se me desborda mejillas abajo, incontenibles, purificadoras, salvadoras.

Hoy he aprendido que el Amor perdura para siempre.

El epitafio

Publicado: 31 enero, 2013 en Personal
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SerpienteCuentan las crónicas que en la lápida de Groucho Marx asoma cincelada sobre el mármol frío la frase “Disculpe que no me levante”, de manera que incluso muerto, el genial cómico consigue arrancarnos una sonrisa.

Usualmente, a casi nadie le gusta pensar en su muerte, da la sensación que evitar el tema de la desaparición inevitable nos aleja de ella.

Nada más absurdo y falso.

Para bien o para mal, a todos nos llega la hora.

En la vida hay muchas cosas que podemos moldear a nuestro antojo, otras muchas que no, y dentro de estas últimas la más jodida es el momento y la forma en la que morimos. La Parca nos sorprenderá duchándonos, durmiendo, haciendo el amor, comiendo, leyendo… con veinte, quince, cincuenta u ochenta años. Tal vez por ello algunos fantaseamos con nuestro epitafio, como si fuera una última burla, un derecho al pataleo, ante la inevitabilidad de lo que nos va a llegar.

A mí particularmente me gustaría cincelar a golpe de ingenio una frase similar a la del maestro Marx, un “¿Y tú qué miras?” o un “Joder, que incómodo es esto, ¿me levantas la tapa?”.

Es probable que me limite a diñarla un día sin comentar con nadie qué frase me gustaría que figurara en mi lápida, o incluso que me incineren – que suele ser lo más práctico – y esparzan mis cenizas en el parking que es ahora el viejo edificio en el que pasé mi infancia.

No lo sé.

Estas ideas oscuras, o al menos moderadamente tétricas, se asoman a mi mente en estos días convulsos en los que me estoy descamisando como las serpientes, dejando la piel vieja y raída tirada en un rincón para emerger a un futuro incierto pero esperanzador.

Al final, la mejor frase es sencilla y limpia, como las buenas ideas, desprovista de florituras, de adornos, metáforas, dobles intenciones o versos. Es prosa pura y dura, directa y basta, ten cierta como el frío del mármol donde algún día estará grabada.

Solamente dirá “Aquí yace uno que amó”.

El tsunami

Publicado: 16 enero, 2013 en Personal
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OLYMPUS DIGITAL CAMERAEl pescador disfrutaba apaciblemente de la mañana fresca y soleada. El olor a salitre y la espuma vaporizada que le refrescaba el rostro le hacían sentirse pleno y feliz. El sol se deshacía en un puzle plateado en la balsa tranquila que en ese momento era el mar. La brisa apenas mecía el hilo de la caña fija que permanecía anclada a un metro de él, sentado en una silla de metal y tela vieja.

El pescador repasaba su apacible y aburrida vida con una sonrisa amarga y solamente los pequeños sobresaltos que le provocaban falsos tirones de inexistentes peces, le hacían reaccionar.

Tenía mujer, hija y una hipoteca sobre una casa demasiado grande para él, un trabajo aburrido pero no demasiado, un coche corriente, y un seguro de vida.

La primera señal de que algo sucedía, le hizo pestañear, deslumbrado por el sol. Aguzó el oído pero el batir de las olas continuaba con la misma cadencia, sin embargo había algo que no encajaba; salvo el mar, todos los demás sonidos del mundo se habían apagado.

El pescador se levantó inquieto y observó la superficie del mar. Repentinamente el agua se retiró como en una inmensa e instantánea marejada y dejó al descubierto las rocas del fondo, el fondo era visible al menos a un kilómetro de distancia.

El corazón del hombre dio un vuelco y su alma se encogió de miedo cuando observó la ola gigante que avanzaba hacia él silenciosa pero imparable.

Apenas tuvo tiempo de pensar en nada cuando se lo tragó el agua.

Cuando despertó comprendió que todo había cambiado, que toda su vida anterior había sido engullida por la ola gigante y que había desaparecido bajo las aguas.

Los sentimientos que le invadieron eran contradictorios e iban desde la euforia, al miedo y desde el alivio a la pena.

En el fondo de su alma, una luz tenue que acabaría por convertirse en un astro radiante y luminoso le hizo comprender la verdad. Solamente existía una razón para mantenerse erguido, vivo y sonriente mirando al sol que secaba despacio sus ropas empapadas.

Esa razón era el amor.

Al fin lo había encontrado.

En 1922, Howard Carter asomado a un pequeño agujero, iluminó con la luz de un candil la tumba esplendorosa e intacta de un faraón menor – que pasó por la historia sin pena ni gloria -. El anonimato de Tutankhamon preservó su tumba y sus ingentes tesoros a salvo de los ladrones y el saqueo y permitió el fabuloso hallazgo. Asombrado e impactado por la visión del tesoro, el arqueólogo inglés exclamó “Veo cosas maravillosas”.

Ahora, 90 años después, algunos seguimos esperando ese resquicio de luz temblorosa que ilumine cosas maravillosas. A nivel global el tesoro sigue tan enterrado que ni se huele, nos hablan de rescate, de riesgo, de bancarrota global, de caída del euro, de que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades.

No sé, tal vez sea así, pero ¿no tendrán un poquito de responsabilidad aquellos que nos daban una hipoteca con sólo presentar en sus oficinas bancarias la tapa de un yogur? ¿los que nos incitaban a ampliar la hipoteca para comprarnos un coche de alta gama? ¿los que nos convencían de que éramos solventes, de que éramos capaces de endeudarnos al 80% de nuestros ingresos?

Hace unos días, al fin, el Gobierno (con mayúsculas, pues son los que rigen nuestro destino) se decidió a admitir que necesitamos la ayuda de Europa. Oficialmente han solicitado un máximo de 100.000 millones de euros para ”recapitalizar el sistema financiero español”, o sea, para insuflar algo de aire al enfermo agonizante – tengamos en cuenta que el rescate de Grecia supuso 240.000 millones -.

Lo malo no son los intereses que tendrán que pagar nuestros hijos, no, lo malo son las condiciones – la letra pequeña – para recibir ese dinero: aumento del IVA, más impuestos, más flexibilización del mercado laboral, menos coberturas sociales, más copago sanitario…

Y yo, particular y egoístamente, lo que necesito es subirme al taburete de Carter, encender el candil de aceite y oliendo a mecha quemada, alargar el brazo e iluminar el agujero de las cosas maravillosas, quiero que me deslumbre el oro, la máscara funeraria más perfecta de la historia de la humanidad, las estatuillas, los frescos, las escenas pintadas por los más grandes artistas…

Y encuentro estas joyas en el video de mi sobrino Alvaro, de tres años, felicitando a mi prima por su cumpleaños – recordándole que le lleve “chuches” – o en la noticia más maravillosa que la vida me ha regalado hace unos días.

lo que necesito es subirme al taburete de Carter, encender el candil de aceite y oliendo a mecha quemada, alargar el brazo e iluminar el agujero de las cosas maravillosas

Si nos centramos en la espiral de pesimismo que nos rodea, seremos incapaces de aplicar con templanza las soluciones, porque las hay. Escuachando esta mañana en la radio a Alex Salou, autor del muy recomendable video Españistán y del libro Simiocracia, comprendemos que el miedo al rumor lo convierte en real. Cuando se rumoreó hace unos años que iba a haber escasez de productos básicos en los supermercados, el pánico provocó avalancha de compradores que fueron los causantes reales de la escasez rumoreada. Si ahora se instaura el miedo al corralito, un tropel de clientes angustiados sacando el dinero de los bancos provocará el cataclismo temido.

Por eso abogo por tratar de mantener viva la débil llama del candil esperanzador, el que ilumina el futuro lejano, muy lejano, pero lleno de esperanza.

Eso es lo que yo enseñaré a mi hija: el futuro existe, lo estamos conformando ahora, y si me asomo al agujero sólo puedo exclamar, “Veo cosas maravillosas”.

Enlaces:

 Video Españistan

Howard Carter

Un compañero de trabajo me llamó hace unos días para decirme que era incapaz de acabar de leer mi relato “fundido en negro” porque presagiaba algo trágico, y me preguntaba que por qué no escribía algo de humor, más alegre. Yo me reí mucho y le contesté que mi mujer siempre me pregunta cuando le enseño un nuevo relato “¿Quién muere en este?”. Mi amigo me decía que bastante drama, sufrimiento y dolor hay en la vida real – todo incontrolable – como para buscarlo deliberadamente en la lectura. Mi padre opina lo mismo y es un consumidor compulsivo de novelas baratas del Oeste y películas de acción. “Estoy de dramas hasta las narices” me espeta mientras aparcamos el cerebro en la nevera y disfrutamos de los mamporros de Chuck Norris.

Confieso que últimamente estoy aplicando esta depurada técnica de huida del drama real y trato de evitar las noticias, tanto en radio como en televisión. Las noticias parecen sacadas de una película de terror y negros vaticinios. En este contexto de huida personal, hoy he estado viendo un excelente documental sobre el sexo en la naturaleza y me he quedado asombrado con los insaciables bononos (una especie de chimpancés), ¿saben que arreglan todos sus conflictos practicando sexo? No distinguen ni género, ni vínculos afectivos, se dedican a tener sexo todos con todos sin parar, en cualquier momento y circunstancia.

A lo mejor si los dueños de nuestro destino económico y político aplicaran la técnica de los bononos en las cumbres de jefes de estado, encontrarían la solución a este despropósito llamado Europa.

Hablando un poco más en serio; los seres humanos tendemos a huir del dolor y del miedo, y esa es precisamente la clave de que nos escamoteen nuestra libertad.

Quienes históricamente han querido someter a cualquier grupo social, lo han hecho a través del miedo.

Generar miedo provoca control, porque el miedo es un arma poderosa al que difícilmente nos atrevemos a enfrentar; miedo a perder el trabajo, miedo a perder nuestros ahorros, miedo a perder la casa, miedo a perder estatus social…

Inyectar una cascada continua e intensa de noticias devastadoras y apocalípticas acerca del futuro nos provoca parálisis e inacción por culpa del miedo y somos más fácilmente controlables.

La noticia acontecida hace unos días en Canarias es el paradigma de lo que está sucediendo y de lo que debemos hacer. El conductor de un autobús sufrió un desmayo y un pasajero, en lugar de dedicarse a gritar aterrorizado como los demás, corrió hacia el volante y tras quinientos angustiosos metros, consiguió detenerlo.

El valiente se convirtió en un héroe y salvó la vida de sesenta personas.

Tal vez es eso lo que tenemos que hacer; rehacernos ante la visión terrorífica del autobús lanzado hacia el inevitable y mortal accidente, levantarnos sobreponiéndonos a nuestro miedo y tomar el control del volante, apretar con fuerza y sacar fuerza de donde no la hay, hasta detenernos sin peligro.

Cuando consigamos superar nuestro miedo, ya no podrán controlarnos – los de arriba, los especuladores, los ladrones – porque tendremos el volante bien agarrado y el autobús llegará a buen puerto.

Entonces habremos tomado el control.

Por cierto, al héroe de Canarias, como premio a su increíble hazaña, le han regalado tres bonos de transporte.

Sin comentarios.

Enlace: Salva a 70 personas que viajaban en autobús y le regalan 3 bonos

Richard Buckminster Fuller fue en un ingeniero que nació en las postrimerías del siglo XIX en Estados Unidos y al que debemos algunos inventos y conceptos que revolucionaron el siglo XX. La arquitectura le debe el diseño de la cúpula geodésica que es la forma demostrada más eficiente para la construcción de cúpulas – de hecho es el sistema que se utiliza hoy día – . La ecología más vanguardista reconoce que tal vez las ideas y conceptos que encierran su dymaxion – una suerte de casa autosuficiente y energéticamente eficiente – sean las que salven a la humanidad de devorar como una plaga de langostas los recursos naturales. También acuñó el término sinergia tan utilizado en la actualidad para remarcar los refuerzos positivos que implican los proyectos en común de cualquier ámbito.

Pero Fuller no comenzó su proyecto esencial de vida hasta que no tenía 32 años. Hasta ese momento su vida consistió en saltos de un proyecto fallido a otro, fundó una empresa que fracasó, trabajó de operador de radio en la marina, de empaquetador de carne, de operario, fue expulsado dos veces de Harvard, en definitiva y en palabras propias era “un inconformista inadaptado”. Inmerso en aquella vorágine de fracasos y búsquedas infructuosas de rumbo vital que le sumergieron prácticamente en la ruina,  sobrevino la tragedia que marcó un brutal punto de inflexión en su vida: la muerte por enfermedad de su hija Alexandra.

Fuller estuvo al borde del suicidio y el jugueteó con el alcoholismo hasta que un día decidió elegir la vida y la esperanza en lugar de la muerte. Se dedicó en cuerpo y alma a un único proyecto; determinar si un solo hombre es capaz de cambiar el mundo. Elaboró los diseños y las ideas que he comentado más arriba, dando conferencias y seminarios a lo largo y ancho del mundo.

Independientemente de si su experimento tuvo éxito, lo que es indiscutible es que Fuller influyó de alguna manera en las siguientes generaciones de arquitectos, sociólogos, antropólogos, ingenieros y ecologistas. Y algunos de sus proyectos – calificados en su día de utópicos por la comunidad científica – se están volviendo a revisar para ser llevados a cabo.

Fuller fue sobre todo un ejemplo de inquietud y ansia por conocer – que es el matiz que define la línea que separa una persona inteligente de un genio -. También nos enseñó que por muchos palos y cornadas que nos de la vida, podemos rehacernos y continuar luchando para mejorar, nosotros mismos y la realidad que nos rodea. Que no hay que rendirse y aceptar las cosas como se nos imponen, que se pueden cambiar, redefinir, adaptar y mejorar.

La resignación es el bebedizo con el que los que manejan el cotarro pretenden idiotizarnos, porque no les interesa que cuestionemos el estatus quo. Les acojona que seamos capaces de interpretar por nosotros mismos lo que sucede y , peor todavía, si no nos gusta, que nos planteemos cambiarlo.

Enlaces:

Wikipedia: Fuller

La casa dymaxion

La cúpula geodésica

 

Futuro

Publicado: 1 enero, 2012 en opinión, Personal
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Esa es la primera palabra que he querido teclear al sentarme delante del portátil por primera vez este nuevo año. Porque el futuro está ahí, en algunos casos cerniéndose sobre nosotros como una sombra amenazadora, pero en realidad sólo es cuestión de percepción o de perspectiva.

Me cuentan en la radio que los periódicos se hacen eco de las peticiones del nuevo “querido líder” de Corea del Norte en forma de salvajada, “debéis ser los escudos humanos del líder”. Viniendo del amo supremo del cuarto ejército más potente del mundo – el más peligroso por su situación geoestratégica y la posesión de armamento nuclear – da un poco de repelús.

También me hablan de que la economía va a ir a peor y que este año va a ser todavía más duro – lo dice Merkel, lo dice la onubense ministra de empleo: “nos han dejado un país en la ruina social y económica” – .

Sin embargo, hoy quiero refugiarme calentito en mi candidez, en mi optimismo infundado, y escuchar a otros. Escuchar la voz maravillosa, prístina, limpia y pura, de una cantante de dieciséis años, Andrea Motis, que utiliza su talento con la maestría de un genio. Esta mañana he sido abrazado por la melodía del jazz, del blues o de un villancico, cantados por ella.

Hoy quiero perderme en la imagen – vivida anoche – de una niña de dos años y medio, comiéndose por primera vez las uvas, sonriendo feliz mientras gritaba “¡Feliz año nuevo!”.

O dejarme arrullar por la optimista entrada de un locutor de radio, que esta mañana ha arrancado su programa recordándome que esto va a ir a mejor porque siempre lo ha hecho, que el futuro será mejor porque todos los futuros de la humanidad han sido siempre mejores, y que ahora somos conscientes del dolor, porque somos una humanidad mejor, que se preocupa de la ausencia de felicidad en el resto.

Y mi futuro abandonaba la forma de una sombra negra, de garras retorcidas, y se tornaba alegría, esperanza y felicidad.

Porque lo mejor del futuro es que por mucho que nos empeñemos – por mucho que se empeñen – en lo contrario, es un papel en blanco lleno de maravillosas posibilidades. Luchemos por llenarlo de frases de tinta de colores que nos regalen el alma. Esforcémonos por moldearlo a nuestro antojo, porque siempre ha sido así: el futuro lo escribo yo, lo escribes tú, y que no te nieguen esa capacidad, porque te estarán  mintiendo deliberadamente para que te escondas en tu miedo y poder manipularte a su antojo.

No nos controlan y ese es su verdadero miedo: que lo descubramos.

El futuro es nuestro, abramos nuestras manos y agarrémoslo con fuerza.

Recomedado: Vídeo de Andrea Motis

La Historia está plagada de intentos por parte del hombre de conseguir construir máquinas que imitaran al hombre, tanto en sus movimientos como en su pensamiento. Ya en el antiguo Egipto existían estatuas de dioses con mecanismos artificiales que les permitían expulsar fuego por la boca o los ojos. En el siglo I de nuestra era, Herón escribió un tratado en el que recogía y detallaba el funcionamiento de máquinas que imitaban el movimiento humano o pájaros artificiales que gorjeaban. En la Edad Media se inventaron diversos artilugios como “cabezas parlantes” e incluso el gran Leonardo da Vinci construyó al menos dos – que se sepa -, uno de ellos, con forma humana, podía mover los brazos y sentarse. En la actualidad es de sobra conocido el inmenso catálogo de artefactos – con forma humana o no – que se diseñan para que se parezcan a nosotros. No podemos olvidar al gran Deep Blue, la primera máquina capaz de derrotar a un humano jugando al ajedrez.

Ante este aluvión de intentos uno se pregunta ¿Por qué esa obsesión por construir estos aparatos? ¿Tenemos la necesidad de sentirnos creadores, como dioses que insufláramos vida a algo inanimado? Es bien cierto – y vuelvo al pasado histórico – que hay muchísimas leyendas que nos hablan de seres artificiales al servicio del hombre, o que simplemente le aterrorizaban, por ejemplo el monstruoso Golem de la mitología hebrea. Lo cual me lleva a pensar que probablemente forme parte de la inquietud del ser humano este perfil hacedor de vida.

Todo esto viene a cuento de una noticia curiosa y un tanto divertida que he leído: la invención de un oso de peluche robótico que te toquetea cuando roncas.

En fin.

Puede ser útil que cuando empiece el concierto de ronquidos se active el muñeco, se te acerque y te suelte un par de tortas – estaría bien que también usara el método del calcetín en la boca, pero dudo que los japoneses hayan caído en ello – pero para empezar veo un clarísimo problema: si duermes solo ¿Qué importa que ronques? Y si tienes compañía ¿No corremos el riesgo de que el osito de marras le dé un pescozón a nuestro compañero – o compañera –  de cama? ¿O de que le meta mano? ¿Se imaginan la violenta situación de tener que explicar “no he sido yo, querida, ha sido el osito”? Lo malo es que nos respondan con un “ya me parecía a mí” y una mirada de desdén.

De locos.

La magnífica novela clásica del monstruo de Frankenstein es una muy buena reflexión sobre dónde pueden llegar los límites de la sinrazón aplicada a la ciencia, sacrificada la ética en aras de una supuesta evolución.

No puede pretenderse replicar el alma humana, que eso es de lo que se trata al final. Porque la cuestión es que tal vez para algunas cosas lo que realmente se necesite es una persona de carne y hueso, que se enfade, que nos pegue una colleja, o que nos achuche para que dejemos de roncar o para lo que sea. En definitiva que nos haga sentirnos humanos. ¡Qué demonios! Que eso es lo que de verdad necesitamos.

Y además, no gasta pilas.

Enlace: Un oso de peluche robótico que te toquetea cuando roncas

Tenía varios temas en la recámara para empezar hoy calentito, disparando a diestro y siniestro. Uno de ellos versaba sobre un político nacionalista con apellido de eslogan de pilas de conejito que no tiene mejores cosas que hacer que decir sandeces sobre subsidiados alcohólicos de cierta región – no quiero dar pistas – en la que casualmente nací. Ayer publiqué un comentario a la entrada de otro blog (El Mariscal Bocanegra) que abordaba este asunto y argumenté que es mejor no hablar del tema para no darles bombo y acertadamente me rebatieron diciendo que “de alguna forma u otra habrá que dejarles claro que tampoco vamos a estar callados”. En cualquier caso, ya se ha hablado demasiado de este discurso que apesta a topicazo y demagogia derechona.

Otro asunto que también me ha tentado ha sido el de la exconsejera de la CAM (Caja de Ahorros del Mediterráneo), despedida por incompetente – iba a añadir «ladrona» pero el tema está bajo investigación – que blindó su contrato de manera que se aseguró una pensión vitalicia – es decir para toda la vida como los sueldos Nescafé – de 30.000 euros al mes – yo, confieso, hay días que no los gano  – . También descarté hablar de esto por motivos de salud, la bilis que iba a destilar la entrada podía provocarme una úlcera.

Al final he preferido hablar del científico judío Shechtman, flamante ganador del premio Nobel de Química por su descubrimiento – hace treinta años – de los cuasicristales. Durante buena parte de este tiempo Shechtman sufrió las mofas y los desprecios de algunos colegas que le tacharon de «cuasi científico» e idiota. ¿Y todo por qué? Porque su descubrimiento, que establece la existencia en los cristales, de estructuras – diferentes entre sí y he ahí el matiz revolucionario – que los conformarían. Es decir, la teoría significaría la existencia de configuraciones estructurales formadas por «ladrillos» todos diferentes entre sí, lo cual es una amenaza ya que «el descubrimiento de estas formas aperiódicas en la naturaleza ha producido un cambio de paradigma en los campos de la cristalografía». En definitiva, supone resquebrajar los plácidos conceptos de la simetría en la naturaleza y por ende en los cerebros cuadriculados de determinados científicos.

Los cuasicristales son sólo un ejemplo de que la naturaleza – en el más amplio sentido de la palabra – es caos ordenado, es cambio, es repetición sin patrón, es azar…

Y esto quizá entronque con la existencia de conceptos no lógicos como el alma, el amor, etc. En mi opinión, lo que realmente nos está diciendo el descubrimiento de Shechtman es que el mundo, en el fondo, es tan imprevisible que está lleno de posibilidades infinitas, que cada uno de los momentos que vivimos son irrepetibles, únicos, y como tales deberíamos otorgarles la condición de sublimes y disfrutarlos como si fueran el último. Porque, de hecho lo son, puesto que jamás se repetirán.

El conjunto de nuestras vivencias son cuasicristales que conforman el cristal total al que llamamos vida y tal vez no deberíamos afanarnos en conseguir que encajaran como piezas perfectas de un puzle sino conformarnos – que no es poco – con pulirlas de manera que observadas con la perspectiva del tiempo podamos decir que las vivimos de la mejor manera posible.

Enlaces:

De las burlas al premio Nobel

Shechtman gana el Nobel