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Los Campeones

Publicado: 27 noviembre, 2012 en Personal
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Algunos lectores ya sabrán que el 31 de Agosto, el día de la Luna Azul, nació mi hija Susana.

Susana se adelantó y vino al mundo con siete meses y poco más de un kilo de peso. Durante cuarenta y nueve días estuvo en una incubadora, luchando como una jabata, alimentándose y creciendo. Cada día era “un día más” y un gran paso hacia una vida normal, como la que, afortunadamente, tiene ahora Susana en casa.

Las unidades de la UCI y Cuidados Intermedios donde las primeras semanas estuvo ingresada mi hija tienen un cartel en la puerta poco alentador, reza “Unidad de Críticos”, y a uno se le encoje el alma cuando pasa por debajo del  letrero, camina por el pasillo y se va acercando hacia un sonido que le acompañará durante todo el tiempo que permanezca allí, el sonido de los monitores que pitan, se encienden y suenan ante cualquier eventualidad – constante – que le suceda a algún prematuro.

Las enfermeras y las auxiliares van vestidas con pijamas verdes, blancos o con dibujos infantiles, la mayoría siempre sonríen, son dulces y amables, y tratan tanto a los padres como a sus hijos con exquisita profesionalidad. Debe ser complicado trabajar bajo la mirada angustiada y atenta de unos padres junto a la incubadora, que solamente ven a una desconocida enguantada que manipula cables y provoca dolor a su hijo, que apenas mide dos cuartas. Los médicos, al menos con los que yo he tratado, hablan con calma, con paciencia, responden a las preguntas, explican con claridad y habitualmente son amables. Difícil imaginar la presión que soportan sabiendo que todo lo que digan se grabará a fuego en la memoria de unos padres que se aferran a esas palabras como a un clavo ardiendo. Porque esas palabras que dicen “evoluciona bien” “va cogiendo peso” “de maravilla” son las que cada día le mantienen a uno esperanzado y le hacen soportar el purgatorio, porque aquello no es el infierno sino algo mucho peor, es una eterna suspensión de la vida, de todo, se paraliza tu existencia y solo vives para enclaustrarte entre aquellas paredes de cristal, tubos y plástico, para observar como tu hija se despereza, como llora, como el alimento circula por un tubito que sale de una máquina y le entra por la boquita, o como la cogen las enfermeras como si fuera un pequeño juguete, con una destreza admirable.

Luego están los monitores, unas pantallas llenas de gráficos, de números, con los que aprendes a convivir, y a los que con el tiempo aprendes a ignorar, porque aunque la primera vez que pitan y se enciende la luz roja sientes que vas a morir de un infarto, acabas dándote cuenta de que lo primero es observar a la niña, y ver que está perfecta, que lo que sucede es que algún sensor se ha desconectado.

Allí lo más importante no son las máquinas, sino las personas, y he conocido a muchas y muy buenas. He conocido a padres que llevaban con estoicismo, con una normalidad rayando lo fascinante el hecho de que sus hijos sean sometidos a operaciones de cirugía constantes. Padres que han permanecido con su hijo en brazos durante horas y horas, algunos solamente para ver como la vida de sus hijos se apagaba poco a poco como una vela. He mirado a los ojos a una madre que acababa de perder a su hija y he balbuceado palabras torpes de ánimo, y he visto la determinación de seguir luchando por la hija superviviente, porque la lucha no acaba con la muerte de una, sino que sigue con la esperanza de vida de la otra.

Esta pasada madrugada, esa segunda hija ha fallecido.

Y uno no deja de preguntarse porqué esa madre y ese padre volverán a casa con las manos vacías, tras varios meses de un suplicio bestial, y yo tengo a mi hija en casa, sonriente, feliz, comiendo y durmiendo, como un milagro que cada día me recuerda que soy tan afortunado que cualquier intento de queja es banal, estúpido y absurdo.

Y me vienen a la memoria los nombres de tantos niños y niñas que han sobrevivido y de otros que fallecieron, y como decía una madre alegre, joven, jovial y valiente, “Todos ellos son unos campeones”.

Esta madre está ahora en Madrid con su hija, esperando un trasplante.

Este artículo es un ínfimo homenaje a esos Campeones que lucharon, y siguen haciéndolo a diario, para vivir.

Dedicado a Candela, Sindia, Abraham, India, Paloma, Victoria, Fátima, Susana, Corazón de Jesús, Sergio, Angel, Alvaro, Alejandro, David, Maya, Celia, y tantos otros que me dejo en el tintero.

Anoche vi en televisión un reportaje sobre negocios que iban bien a pesar de la crisis, incluso podría decirse que van mejor gracias a ella. Todos estaban relacionados con la misma temática: la videncia, adivinación, rituales, etc… En uno de los casos, el dueño de la empresa poseía varias tiendas de venta al público de elementos y complementos de todo tipo relacionados con estos temas: cartas, péndulos, velas, piedras, soperas  – yo tampoco entendía para qué narices necesita un adivino una sopera, a menos que hierva en ella las entrañas de algún animal, para leer el futuro en ellas – y una innumerable cantidad de artilugios. El empresario llevaba diez años en el negocio y se jactaba – con mucha razón – de dar trabajo a más de doscientas familias. Cada una de sus cuatro o cinco tiendas podía facturar una media de 30.000 € mensuales – hagan el cálculo –. Pero – ahora viene lo mejor – el negocio principal de este señor no eran las tiendas, no, eran los pedidos que servían desde una vastísima nave industrial a toda Europa.

«Estos tiempos de incertidumbre y zozobra alientan a consumir cualquier tipo de elemento que pueda contribuir a mejorar nuestro estado de ánimo o nuestra percepción de la realidad.»

No critico a este buen hombre que ha sabido buscar un nicho de mercado, un filón, vamos, en un sector que se nutre de la necesidad y la desesperación. Él tenía muy claro que no cree en nada de esto pero que cada cual es libre de creer – muy cierto – en lo que le venga en gana.

Al parecer, estos tiempos de incertidumbre y zozobra alientan a consumir cualquier tipo de elemento que pueda contribuir a mejorar nuestro estado de ánimo o nuestra percepción de la realidad. La mente es poderosísima y como decía otro señor – con un negocio de videncia telefónica – si llama una persona preguntando si va a aprobar las oposiciones y le contestamos que sí, sin duda, las aprobará. ¿Efecto placebo al escuchar las palabras de ánimo? ¿Una posibilidad apoyada por un vaticinio se convierte en certeza, simplemente porque la actitud del interesado ante la predicción cambia por completo? Podría ser.

Independientemente del efecto positivo, inocuo o nocivo de las artes adivinatorias y similares, lo que yo quería recalcar, es que los tiempos duros empujan a la inventiva. La famosa frase “el hambre agudiza el ingenio” se hace carne en nuestra piel de toro cada día. Desde un antiguo operario que se pasa a la “adivinación” y la “santería” a un informático que diseña broches de tela. La crisis es una palabra griega – ¡que paradoja! – que significa renovación, cambio, y de ese se trata, de cambiar el modelo. El modelo de negocio o incluso el modelo de pensamiento. Olvidemos la comodidad – a ostias nos han demostrado los antidisturbios que se ha acabado – y empecemos a crear, a innovar, a emprender, a lanzarnos a las procelosas aguas del autoempleo, de la lucha, de la supervivencia.

Estoy convencido que aunque sea disfrazados de curanderos, de alguna manera el final de la crisis está en nosotros mismos y, sobre todo, en nuestra actitud ante la vida. Se acabó el “a verlas venir”, ahora hay que ir a por ellas.

Como bien cantaba Extremoduro, esta es una “Tierra de Conquistadores, no nos quedan más cojones”.

El expresidente de la SGAE (Sociedad General de Autores), Teddy Bautista, ha denunciado a la sociedad por despido improcedente, reclamando el sueldo de dos años: más de un millón de euros.

Esto significa dos cosas:

1.- Que Bautista ganaba más de medio millón de euros anuales.

2.- Que la poca vergüenza de este antiguo Judas – papel que interpretó hace varias décadas en el musical Jesucristo Superstar – no conoce límites.

El hecho número uno pone de manifiesto que la SGAE debe ser inmune a la crisis e independientemente de la que está cayendo, sus afanes recaudatorios y limitadores de la libertad – recordemos que si se compra un Cd para grabar las fotos de la boda de nuestra hermana hemos de pagar un canon digital que va directamente a esta sociedad, por no hablar de si tenemos la ilícita intención de bailar escuchando Paquito el chocolatero en la barra libre – siguen intactos. Para colmo la ayuda que reciben los autores con problemas reales es escasísima – conozco el caso de un escritor que acudió a la SGAE con motivo de un plagio que sufrió y si hubiera ido al parque a echarle de comer a las palomas habría obtenido mejores apoyos y la pérdida de tiempo habría resultado idéntica -. Me pregunto con mi capacidad de asombro absolutamente desbordada ante esta desfachatez ¿para qué sirve la SGAE al margen de para enriquecer a impunes y desvergonzados personajes? ¿cómo es posible que algún gobierno apoye, sostenga e incluso legisle para favorecer a estos – en su mayoría – “venerables” ex-autores con escasa – qué casualidad – presencia en el actual panorama creativo?

«¿para qué sirve la SGAE al margen de para enriquecer a impunes y desvergonzados personajes?»

El hecho número dos es un caso más – demasiados ya – de persona sin escrúpulos que se sienta en su cómodo y mullido sillón murmurando «Ahí me las den todas» mientras se desternilla ante la perplejidad general. Bautista-Judas dimitió porque fue detenido y acusado de fraude, desviación de capital y apropiación indebida de millones de euros – no tenía suficiente el pobre con su escaso sueldo -. Como me es imposible encontrar palabras para calificar a este señor sin faltarle el respeto, me las ahorraré, porque mi enfado es enorme.

Por si fuera poco esta mañana me desayuno con el caso de la periodista francesa Florence Aubenas que durante unas semanas se ha hecho pasar por desempleada para comprobar en carne propia el funcionamiento del mercado laboral en el escalón más bajo.

La conclusión es aterradora.

Hay infinidad de personas con enormes dificultades para llegar a fin de mes, que trabajan en lo que sea por el salario que sea, que se parten el espinazo para llevar una paupérrima cantidad de euros a casa y son maltratadas y humilladas a diario.

Esa es la cruda realidad y tal vez empujados por ella, nos veamos tentados de envidiar la actitud rastrera y desalmada de personajes como Bautista-Judas, pero no vale equivocarse: la actitud heróica, la buena, la que dignifica la condición humana, es la de la limpiadora que se levanta antes de que amanezca para quitar la mierda de los demás y darnos así en toda la boca con su honradez y su capacidad de sacrificio y lucha.

Ojalá cunda su ejemplo.

Enlaces:

La historia de Florence Aubenas

El hombre de los huevos de oro