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Hace unas semanas se produjo en un pueblo de Ávila un enfrentamiento entre vecinos, los que defendían recuperar los restos de fusilados republicanos de una tumba para trasladarlos a una fosa común y los que no. Confieso que me cuesta trabajo entender los argumentos de los primeros y trato de hacer el ejercicio de imaginar qué sentiría yo si mi abuelo estuviera enterrado en una cuneta junto a otras decenas de miles. No me considero una persona religiosa, pero reconozco que cuando mi abuelo murió – me encontraba fuera y no pude acudir a su entierro-, no fue hasta que no me presenté en el cementerio para decirle adiós cuando logré serenarme conmigo mismo.

Mi abuelo tuvo la suerte de luchar en el bando vencedor y en mi infancia la guerra (por supuesto la palabra «Civil» la añadí mucho más tarde) era una cosa abstracta en la que él no había pegado un sólo tiro (se encargaba de cablear las comunicaciones) y se le cayó una casa encima durante un bombardeo. Una abstracción histórica en la que los italianos cayeron como moscas en la vanguardia de cierta batalla que luego averigüé fue la de Guadalajara, recuerdo bien su cara de espanto al contar cómo los vio caer de cien en cien arrasados por las ráfagas de ametralladora.

De niño nunca llegué a plantearme quién era el bueno o el malo, tampoco me lo inculcaron, y con el tiempo formé mi propia opinión, supe del golpe de estado, de la dictadura de Franco… (un señor calvo y con bigote que murió cuando yo era un crío y que estaba en una urna de cristal). Ahora sé que fue un dictador frío y despiadado aliado con la Iglesia (la misma que ayer, en Madrid, recibió entre alabanzas a su líder con el dinero de todos) que aplastó a los vencidos durante cuarenta largos años.

Creo que lo mínimo que merecen las familias de los represaliados es dar una sepultura decente a sus muertos.

Un tío abuelo de mi mujer no tiene la suerte de poder ser enterrado, sus asesinos se encargaron de incinerarlo vivo en la plaza de toros de Badajoz, tenía dieciocho años y era agricultor.

El ayuntamiento de ese pueblo de Ávila quiere cometer la salvajada de recordar a sus fusilados repitiendo el acto ignominioso de lanzarlos a un hoyo anónimo, para que los huesos y cenizas de unos y otros se amontonen como basura que hay que enterrar para que no huela.

No puedo entenderlo.

No podremos hablar de cerrar capítulo, pasar página, mirar al futuro y demás convencionalismos, hasta que no apacigüemos el dolor – nunca remitirá del todo -, recordando, homenajeando o cincelando en una lápida el nombre de nuestro abuelo, de nuestro padre, de nuestro hermano… Entonces miraremos las letras rectas que conforman el único recuerdo de una vida arrancada por una guerra sangrienta y murmuraremos una plegaria, una poesía o un simple adiós.

Y los muertos, pero sobre todo los vivos, al fin, descansarán en paz.

 Referencias:

La masacre de Badajoz:  http://es.wikipedia.org/wiki/Masacre_de_Badajoz

El alcalde de Poyales aviva el enfrentamiento: http://www.publico.es/especiales/memoriapublica/391149/el-alcalde-de-poyales-aviva-el-enfrentamiento

La batalla de Guadalajara: http://es.wikipedia.org/wiki/Batalla_de_Guadalajara_(1937)