El día que me tocó la lotería

Publicado: 26 diciembre, 2011 en actualidad, opinión, Personal
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Ayer por la mañana, como todos los años, la cantinela de los niños de San Ildefonso me acompañó mientras conducía, mientras trabajaba o mientras desayunaba. Los números premiados iban completando las casillas entre algunas maldiciones, huys y lamentos por parte de los que veíamos como la esperanza se diluía a medida que las bolas implacables eran cantadas por los niños. Al final, la postal ha sido una lista de números que han salpicado de cava y sonrisas los rincones de esta España machacada por el paro y la crisis.

Ninguno de esos números mágicos que ha dado un respiro a personas que, en general, lo necesitaban, era el mío. Luego me sumí en una suerte de melancólico lamento en el que mi sonrisa triste me recordaba delante del espejo que hoy es el día de la salud. Así, un poco tontorrón, he salido del trabajo a encontrarme con un maravilloso mediodía soleado del Sur. He puesto la radio en el coche y he vuelto a escuchar el trino feliz de los cantores de la suerte, los tópicos y típicos loteros felices por la suerte ajena, los que “tapan agujeros”, los que podrán acabar el año bien, los que estaban en paro, los que llevaban meses sin cobrar… De todas esas voces felices, la mayoría deseosas de compartir con estridencia su alborozo, la que me ha llegado al alma, tan profundamente que me ha hecho llorar – lo confieso – ha sido el susurro de una madre canaria que tenía encima de la mesa una orden de desahucio. Ahora, esos cincuenta mil euros de un quinto premio, que le ha regalado un décimo comprado anoche con sus últimos veinte euros, servirán para que estas sean las mejores navidades de sus vidas, la suya y las de sus hijos. Mientras enfilaba el atasco de todos los mediodías y escuchaba la voz entrecortada, casi avergonzada, de esta mujer, sentía que las lágrimas empañaban mis gafas de sol y me he sentido muy, muy afortunado. Afortunado por tener trabajo, por estar rodeado de personas que me quieren, que me apoyan y que dan sentido a que cada día me levante, y que encima – ¡Encima! – me dejan quererles. Afortunado porque la sonrisa y los abrazos de mis sobrinos envuelven mi alma muy a menudo – más veces de las que merezco – . Afortunado por poder contar estas cosas y que haya alguien, no importa cuántos, ahí, donde estás tú ahora, dedicando tu valioso tiempo a pasear tu mirada por estas letras.

Luego, para añadir un poco más de leña al fuego, me tropiezo con el rostro de un joven de 34 años que ha sido asistido para suicidarse. Sufría ELA, una enfermedad brutal que sume al enfermo poco a poco en una parálisis mortal en la que dejan de funcionar todos los órganos – la mayoría de los enfermos mueren asfixiados porque dejan de poder respirar -.

No puedo siquiera alcanzar a comprender lo que ha debido sufrir esa persona para querer dejar de vivir de una manera programada… Y yo que me estaba lamentando porque un papelito con mi número no vale nada…

Por eso, cuando se me ha pasado la vergüenza de sentirme un auténtico imbécil superficial, me he vuelto a mirar en el espejo y no me ha cabido la menor duda de que ayer fue el día en el que me tocó la lotería.

Enlaces:

“Vivo en una cárcel que se estrecha”

comentarios
  1. Mercedes Galindo dice:

    Estupendo artículo, a veces nos repetimos sarcásticamente lo de la salud, pero no somos realmente conscientes de lo importante en la vida, nos falta perspectiva. Enhorabuena por tu blog.
    Un seguidora.

    • acortescaballero dice:

      Totalmente de acuerdo contigo, la perspectiva es la clave para ser capaces de relativizar y valorar lo que tenemos.
      Muchas gracias por el comentario y por participar.
      Saludos.
      Andrés.

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