Contagio

Publicado: 12 agosto, 2011 en actualidad, opinión
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El otro día comentamos (ver «la chispa adecuada» http://wp.me/p1KYGc-X) que los acontecimientos suceden por una causa primitiva y los efectos se desencadenan de manera progresiva e imparable.

Ha llegado el turno de Londres.

Aunque la revuelta ha tenido (tiene) más de saqueo que de protesta indignada. ¿Qué tipo de situación puede llevar a un profesor a saquear junto a un alumno, menor de edad, un comercio? ¿Qué motivación impulsa a las hordas de personas de toda condición y raza – las autoridades insisten en que no se trata de una protesta racial – a arramblar con televisores (de pantalla plana, of course), portátiles, ropa de marca, etc. sin ningún tipo de rubor? Desde mi punto de vista esto no obedece a una reacción ante recortes o una situación económica injusta, si me apuran, ni siquiera obedece a un grito de protesta frente a la muerte – bajo investigación – de un joven negro (odio la expresión «de color«) abatido por la policía. Esto es lisa y llanamente aprovechar la coyuntura, el calor de la masa, para desvariar, para delinquir con impunidad.

Me temo que es un síntoma de los tiempos que vivimos.

Imaginen esta escena: un camión que transporta i-pads vuelca en la carretera desparramando toda su carga. Confieso que he sido el primero en pensar «coge uno» (o dos), «si no lo hago yo, lo hará otro», «lo paga el seguro, no es robar», «ya ganan demasiado dinero». ¿Alguien se ha imaginado asistiendo al camionero?

Es cuestión de prioridades.

En la pirámida de necesidades de Maslow la aceptación por parte del grupo está englobada en el «Reconocimiento», casi en la cúspide. Estos vándalos que arrasan agenciándose de tecnología o ropa que no pueden pagar con sus miserables salarios (o ayudas sociales) no hacen otra cosa que satisfacer esa necesidad penúltima de sentirse parte del grupo, necesitan ser aceptados y reconocidos.

El problema no es sólo económico – que indiscutiblemente lo es – , es educativo, el transfondo, el terrible y doloroso transfondo es que estamos siendo incapaces de inculcar a nuestros hijos (no me quito de la cabeza la historia del profesor y su alumno pillados con las manos en la masa) unos mínimos valores de decencia que les permitan discernir que no está bien dejarse llevar por el primitivo instinto que nos impulsa a destrozar o robar por el mero hecho de tener ganas de hacerlo.

Lo peor está por llegar y no puedo menos que echarme a temblar (llámenme agorero) pensando que el contagio es inevitable.

Ya nos llegará.

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